1 de mayo 2012
La recuperación económica es tímida, frágil y acompañada de riesgos
importantes y nubes amenazadoras
(Lagarde, Directora General del FMI, 19 de abril).
La prolongación de la crisis económica de las economías avanzadas y la
crisis ecológica creciente (calentamiento global) son pruebas de la decadencia
del capitalismo. Además, a pesar de los progresos científicos y técnicos, el
hambre continúa golpeando a una parte significativa de la humanidad. La mayoría
de los habitantes de los países dominados está sumergida en la miseria. La
descomposición del modo de producción capitalista amenaza al futuro de la
humanidad y convierte su derrocamiento, no sólo en posible y necesario, sino en
realmente imperativo.
Con vistas a restaurar la tasa de beneficio, la burguesía mundial lleva
en los cinco continentes una violenta guerra de clase contra el proletariado
mundial. En los viejos países industrializados la clase capitalista destruye
las victorias históricas de la clase obrera (protección social, derechos
sindicales). Las reducciones de presupuesto recaen sobre el sistema público de
salud y la educación pública, sobre los subsidios de desempleo y las
jubilaciones. El elevado nivel de desempleo aumenta la presión sobre los
trabajadores empleados (más tareas por cumplir, salarios más débiles, más de
horas de trabajo).
Los derechos democráticos son restringidos en las viejas democracias
burguesas. No sólo los partidos fascistas y clericales reaparecen, sino que los
gobiernos "democráticos" promueven el chauvinismo, la xenofobia y el
racismo. En cualquier parte del mundo los ejércitos imperialistas y los servicios
secretos preparan y participan en agresiones militares. Los imperialismos
occidentales (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña) siguen ocupando
Afganistán, han transformado Libia en un centro de torturas y amenazan a Siria
e Irán. Al mismo tiempo, los imperialismos orientales (Rusia, China) sostienen
a los déspotas contra las manifestaciones iraníes y el levantamiento sirio. Refuerzan
a los ejércitos burgueses locales contra su población y establecen alianzas con
las fuerzas más reaccionarias (como el Baath, los islamistas en Irán,
Paquistán, Túnez, Egipto, Libia, Siria...). Contra las masas explotadas, todos
los gobiernos imperialistas procuran camuflar sus rivalidades y sus pillajes
con slogans como "independencia nacional" o "libertad".
Sin embargo, la opresión nacional, las reducciones de gasto público y la
represión brutal, generan levantamientos, inestabilidad y rebeliones. De Grecia
a Portugal, de Egipto a Siria, de Libia a los Estados Unidos, de China a Corea
y de Brasil a Chile, los disturbios se expanden. Y ésta es la otra desgraciada
cara de la realidad: mientras que las condiciones objetivas para la caída del
capitalismo están maduras, las
condiciones subjetivas para las revoluciones socialistas victoriosas van con
retraso. La clase obrera es la única fuerza capaz de reemplazar el viejo orden
capitalista por un nuevo orden, el de la transición hacia el comunismo mundial
que termine con la explotación y la miseria, después de un período de represión
necesaria contra las precedentes clases dominantes (la dictadura del
proletariado) para asegurar la desaparición de las clases y del Estado.
Ciertos representantes de la clase dominante son conscientes del
callejón sin salida de la dominación capitalista. Procuran bloquear la vía
hacia el socialismo buscando chivos expiatorios como las minorías religiosas o
los trabajadores emigrantes. Otros se indignan contra las "finanzas"
y la "especulación", como los "foros sociales" de ayer y
los "movimientos de indignados" de hoy: en España los dirigentes de
este último se dicen apolíticos; en Grecia, conducen la cólera hacia el
nacionalismo; en los Estados Unidos, se presentan como pacifistas… Esto
significa dejar que la burguesía continúe dominando la sociedad. No es una
sorpresa que ciertos dirigentes de la pequeña burguesía estén atados a partidos
burgueses (como el Partido Demócrata norteamericano), mientras que otros
desfilan junto a dirigentes traidores a la clase obrera que cruzaron hace
tiempo la frontera de clase y sirven de protección a la dominación capitalista,
como antiguos estalinistas, viejos socialdemócratas, semi-reformistas (CI, TSI,
CIO, L5I).
Después de décadas de dominación totalitaria en las economías
colectivizadas y una colaboración de clase abyecta en otros lugares, el estalinismo
se hundió. Con la restauración del capitalismo en 1989-1992 en la URSS, en
Europa del Este y en China por las burocracias estatales privilegiadas, ciertas
capas de estos burócratas robaron la propiedad pública, se transformaron en “hombres
de negocios" o "mujeres de negocios" y se volvieron el corazón
de la nueva burguesía. Por consiguiente el movimiento estalinista mundial, ya
debilitado por el conflicto entre el URSS y China, se desplomó, sus componentes
desaparecieron, se unieron a partidos burgueses nacientes o se integraron a la
socialdemocracia mundial que, desde 1914, defiende el orden capitalista (PCJ,
Die Linke, PRC, PCF, Synaspismos, PCCh…). Uno de ellos, el KKE griego, frente a
una situación revolucionaria, divide agresivamente a los trabajadores y a la
juventud, sostiene las ineficaces "jornadas de acción de un día", demanda
elecciones burguesas y defiende la autarquía reaccionaria.
La "Internacional Socialista" sobrevive como una parodia de la
Segunda Internacional obrera, abriendo sus puertas a numerosos partidos
nacionalistas burgueses como el ANC de Sudáfrica, el MPLA de Angola, el PASOK
de Grecia, el UFSP de Marruecos, el Fatah de Palestina, el PPP de Paquistán, el
PAP de Perú, el PS de Senegal, el CHP de Turquía, AD de Venezuela…
Todos los socialpatriotas invocan los ideales de justicia social, la
igualdad social, prometen reformas progresistas limitadas. Es a través de sus maquinarias
electorales y su control de los sindicatos que conservan su valor para la clase
capitalista, como una correa de transmisión en la clase obrera. Los partidos ex
stalinistas, los partidos laboristas o
socialdemócratas tradicionales son defensores ardientes de la colaboración de
clases, nacionalmente e internacionalmente.
Cuando los supuestos reformistas (socialdemócratas y laboristas, al
igual que ex estalinistas) se ponen a la cabeza del Estado burgués, participan
en la política de austeridad de su burguesía. Ayer el SPD en Alemania, el
Partido Laborista en Gran Bretaña, el PS y el PCF en Francia, Rifondazione Comunista
en Italia, el PSOE en España; hoy el ALP en Australia, el SPÖ en Austria, el PS
en Bélgica, el NAP en Noruega, el SMER en Eslovaquia…
Por todas partes las burocracias de los principales sindicatos son
cómplices de la reacción, aceptando discutir los ataques capitalistas en nombre
de un supuesto interés común con los patronos y los accionistas, en nombre de
un supuesto interés nacional común con la clase capitalista y su Estado, que
dispersa la resistencia de los trabajadores y de los jóvenes en impotentes
"huelgas de un día". Con la ayuda de los partidos reformistas o las
organizaciones semi-reformistas, las burocracias sindicales impiden a los
trabajadores organizar huelgas generales para derrocar a los gobiernos
burgueses, impiden a los trabajadores crear sus propios órganos de autodefensa
contra la policía y los fascistas, impiden todo avance hacia la elección de comités,
de tipo soviet, en los lugares de trabajo y en los barrios.
Desgraciadamente no existe alternativa revolucionaria que pueda
pretender ser sostenida por amplias capas de las masas trabajadoras. La inmensa
mayoría de los supuestos trotskistas son revisionistas del bolchevismo y
liquidadores de lo que fue la 4ta. Internacional revolucionaria. En realidad
actúan como "taparrabos" de los agentes burgueses en el seno de la
clase obrera, incluso de las corrientes burguesas (desde los partidos
ecologistas a los partidos islamistas). Difunden su propia versión de la
colaboración de clases, construyendo partidos reformistas (SSP, NPA, Die Linke)
o coaliciones de frente popular (Izquierda Unida, Respect, Front de Gauche).
Para unirse y para luchar los trabajadores necesitan un nuevo partido.
Un partido obrero revolucionario debería defender, en cada lucha, la
independencia de la clase obrera con relación a todas las demás clases. Debería
unificar a la clase obrera (hombres y mujeres, nacionales e inmigrantes,
jóvenes y viejos, empleados y desocupados), debería reforzar todos los
elementos de democracia obrera, reagrupar a todos los oprimidos y explotados
alrededor de la clase, ayudar a la masa a tomar el poder al modo de la Comuna
de París en 1871 y de los Soviets rusos en 1917. Es la única manera de
enfrentar por todas partes a los gobiernos burgueses y de ganar para la
revolución a la juventud y a las clases intermedias, de arrancarlos del frente
popular, del islamismo y del fascismo.
Por consiguiente los trabajadores no sólo necesitan un partido obrero
revolucionario. Éste debe formar parte de una Internacional obrera
revolucionaria, como toda clase obrera nacional forma parte de la clase obrera
mundial. La clase obrera es la única clase internacional auténtica. Todas las
formas de nacionalismo o de separatismo deberían serle extrañas. Sólo los
trabajadores de todos los países, unidos, mostrarán la vía de salida de la
crisis, de la opresión, las guerras y la miseria: la vía hacia la emancipación
y el socialismo.
Colectivo Revolución Permanente
(Francia,
Austria, Perú)c_revolucionpermanente@yahoo.es
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