La Asamblea Constituyente
es una importante cuestión relacionada con el nivel de conciencia social y
política, no solo del movimiento obrero y de masas, sino de las capas de la
pequeña burguesía, en las condiciones particulares de cada país en un período
concreto.
Desde ya para abordarla contamos
con los textos clásicos de Lenin (1903-1818), como los de Trotsky sobre la
revolución china (1928-1932), sobre la situación en Italia y España en
1930-1931 o Francia en 1934.
Cuando las ilusiones y demandas de democratización son arraigadas y masivas, las consignas deben corresponder a dicha realidad. En tal caso una consigna básica, además de las consignas transicionales y de poder, es la de una Asamblea Constituyente Soberana. Pero ese no es el caso general de América Latina, donde tenemos toda una historia de experiencia con los regímenes seudo-democráticos desde el siglo pasado. La clase obrera y sus aliados la poseen.
Cuando las consignas democráticas se introducen sin un suficiente sustento en el nivel de conciencia y organicidad del movimiento de masas no contribuyen a movilizar revolucionariamente, sino al contrario, a desorientarlo de sus intereses históricos de poder, a mantenerlo subordinado a la política pequeñoburguesa institucional y al oportunismo de las burocracias.
Para comprenderlo es pertinente relacionar la cuestión de la Asamblea Constituyente con toda posibilidad de participación electoral. Como explicaba Lenin, los comunistas participan en elecciones para propagandizar su programa revolucionario y así convocar a los trabajadores a movilizarse por él. Pero participar adaptando sus demandas y su acción a una exigencia central de candidatear no es más que el viejo electoralismo reformista. De igual forma, las consignas democráticas deben justificarse por sí mismas y ser útiles a la movilización revolucionaria, no constituir frenos ni desvíos. Cuando el nivel de experiencia y conciencia de la vanguardia de la clase implican redoblar la lucha contra el Estado de la burguesía, introducir innecesariamente una consigna democrática como la Asamblea Constituyente en sustitución de las consignas de poder, es una capitulación. Las realidades en las que se hizo necesario agitar por una Asamblea Constituyente, como la sociedad china de casi un siglo atrás o el caso contemporáneo de Egipto, no corresponden a las actuales situaciones en América Latina.
Las situaciones pre-revolucionarias y revolucionarias nunca se presentan de forma continua. En países desarrollados aparecen cada ciertas décadas y en determinados países semi-coloniales con alguna recurrencia, como en Latinoamérica. El caso de Francia en los últimos años se hizo evidente, tanto como fueron los ascensos de masas y levantamientos ocurridos en Ecuador, Perú, Argentina, Venezuela, Bolivia, Honduras, Guatemala, Chile, Colombia..., desde hace veinticinco años, pero más aproximadamente desde el 2018. Este es el más fiel indicador del nivel de conciencia en sectores de las masas y del grado de maduración de su experiencia con la seudo-democracia capitalista. El recurso a la consigna de Asamblea Constituyente tiene que ver directamente con el régimen al que un determinado pueblo es sometido durante décadas y con su capacidad de respuesta, no con etapas pre-establecidas artificialmente en la lucha de clases y la permanente generación de señuelos ilusionantes, de espejismos democratizantes del mismo Estado Burgués, como han acostumbrado siempre las direcciones reformistas y sus programas, hoy pasados a un tipo de neoliberalismo moderado. Cuando la consigna de la Asamblea Constituyente se convierte en un "dogal al cuello del proletariado" (Trotsky), entonces es inaceptable.
La naturaleza episódica, táctica, de la consigna democrática de Asamblea Constituyente, en cambio, está explicada en el Programa de Transición; se trata de evaluar si la consigna es útil, necesaria, en determinado caso y momento, para ampliar la movilización por el derrocamiento el gobierno burgués, tomando en consideración las expectativas de sectores que, justamente, no pueden ser ganados solo con la agitación por un gobierno obrero y campesino. Esta es la circunstancia que hoy en día se hace cada vez menos frecuente en América Latina, porque la experiencia de las masas con el régimen seudo-democrático burgués es un proceso continuo que abarca décadas y de esta manera reduce grandemente sus ilusiones en el Estado de la clase explotadora, como revela el hartazgo generalizado en vastos sectores y el advenimiento de levantamientos.
Añadir, por otro lado, que quienes plantean adicionar el concepto "revolucionaria" a la consigna democrática de la Asamblea Constituyente modifican completamente su carácter, pues deja de cumplir el tradicional rol para situaciones en que las masas trabajadoras permanecen con muy altas expectativas democratizadoras, pasando a convertirse en parte de las tareas posteriores a la toma del poder; así la demanda no estaría asumiendo una función ni en el plano democrático ni en el revolucionario, como en este último caso significaría generar un organismo que luchase por el poder: una Asamblea Popular Nacional diríamos en el Perú, un organismo de poder proletario y no ya un órgano de la democracia burguesa, con lo que la consigna supera la naturaleza táctica y deviene en estratégica. Recordemos aquí la experiencia soviética: la Asamblea Constituyente demo-burguesa fue concebida e impulsada como una necesidad por los bolcheviques y luego disuelta al no adoptar una política revolucionaria, pero, sin embargo, una Constitución revolucionaria sí fue adoptada aquel mismo año 1918 por el V Congreso Panruso de los Soviets.
Revolución Permanente