En mayo de 1875 tendría lugar, en la ciudad de Gotha,
el Congreso de unificación entre el Partido Obrero Socialdemócrata (marxista) y
la Asociación General de Obreros Alemanes (lassalleana) para constituir el
Partido Obrero Socialista de Alemania. Previamente, a inicios de mes, Marx
envía un documento a la dirección del POS criticando firmemente el proyecto de
Programa que luego quedaría aprobado en el Congreso. El texto llevaba como
título “Glosas marginales al Programa del Partido Obrero alemán”, más tarde
conocido como “Crítica del Programa de Gotha”. En él Marx se pronuncia acerca
de las generalidades y ambigüedades provenientes del pensamiento de Lassalle, las
formulaciones equivocadas y equívocas que confieren un sesgo reformista al
Programa, encargándose de esclarecer la naturaleza de la dictadura del
proletariado y de la sociedad comunista. Aquí fragmentos:
“‘En la medida en
que el trabajo se desarrolla socialmente, convirtiéndose así en fuente de
riqueza y de cultura, se desarrollan también la pobreza y el desamparo del obrero
y la riqueza y la cultura de los que no trabajan’. Esta es la ley de toda la
historia hasta hoy.”
“Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras la masa sólo es propietaria de la condición personal de producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí solo, una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución.”
“Después
de la muerte de Lassalle, se había abierto paso en nuestro Partido
la concepción científica de que el salario no es lo que parece ser,
es decir, el valor -o el precio- del trabajo, sino
sólo una forma disfrazada del valor, -o del precio-
de la fuerza de trabajo. Con esto, se ha echado por la borda, de una vez
para siempre, tanto la vieja concepción burguesa del salario, como toda crítica
dirigida hasta hoy contra esta concepción, y se ha puesto en claro que el
obrero asalariado sólo está autorizado a trabajar para mantener su propia vida,
es decir, a vivir, si trabaja gratis durante cierto tiempo
para el capitalista (y, por tanto, también para los que, con él, se embolsan la
plusvalía); que todo el sistema de producción capitalista gira en torno a la
prolongación de este trabajo gratuito alargando la jornada de trabajo o
desarrollando la productividad, o sea, acentuando la tensión de la fuerza de
trabajo, etc.; que, por tanto, el sistema del trabajo asalariado es un sistema
de esclavitud, una esclavitud que se hace más dura a medida que se desarrollan
las fuerzas productivas sociales del trabajo, esté el obrero mejor o peor
remunerado.”
“La
lucha de clases existente es sustituida por una frase de periodista: ‘el
problema social’, para cuya ‘solución’ se ‘prepara el camino’.
La ‘organización socialista de todo el trabajo’ no resulta del proceso
revolucionario de transformación de la sociedad, sino que ‘surge’ de ‘la ayuda
del Estado’, ayuda que el Estado presta a las cooperativas de producción ‘creadas’
por él y no por los obreros. ¡Esta fantasía de que con
empréstitos del Estado se puede construir una nueva sociedad como se construye
un nuevo ferrocarril es digna de Lassalle!”
“El que los obreros quieran establecer las condiciones de producción colectiva en toda la sociedad y ante todo en su propio país, en una escala nacional, sólo quiere decir que laboran por subvertir las actuales condiciones de producción, y eso nada tiene que ver con la fundación de sociedades cooperativas con la ayuda del Estado.”
“Pese a todo su cascabeleo democrático, el programa está todo él infestado hasta el tuétano de la fe servil de la secta lassalleana en el Estado; o -lo que no es nada mejor- de la superstición democrática; o es más bien un compromiso entre estas dos supersticiones, ninguna de las cuales tiene nada que ver con el socialismo. (…) Pero el Partido Obrero, aprovechando la ocasión, tenía que haber expresado aquí su convicción de que ‘la libertad de conciencia’ burguesa se limita a tolerar cualquier género de libertad de conciencia religiosa, mientras que él aspira, por el contrario, a liberar la conciencia de todo fantasma religioso. Pero, se ha preferido no salirse de los límites ‘burgueses’.”
“La
libertad consiste en convertir al Estado, de órgano que está por encima de la
sociedad, en un órgano completamente subordinado a ella…”
“Entre
la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la
transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período
corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser
otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.
Pero
el programa no se ocupa de esta última, ni del futuro régimen estatal de la
sociedad comunista.
Sus
reivindicaciones políticas no se salen de la vieja y consabida letanía
democrática: sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia
del pueblo, etc. Son un simple eco del Partido Popular burgués, de la Liga por
la Paz y la Libertad. Son, todas ellas, reivindicaciones que, cuando no están
exageradas hasta verse convertidas en ideas fantásticas, están ya realizadas.
Sólo que el Estado que las ha puesto en práctica no cae dentro de las fronteras
del Imperio alemán, sino en Suiza, en los Estados Unidos, etc.”
“Hasta la
democracia vulgar, que ve en la república democrática el reino milenario y no
tiene la menor idea de que es precisamente bajo esta última forma de Estado de
la sociedad burguesa donde se va a ventilar definitivamente por la fuerza de
las armas la lucha de clases; hasta ella misma está hoy a mil codos de altura
sobre esta especie de democratismo que se mueve dentro de los límites de lo
autorizado por la policía y vedado por la lógica. (…) ‘el Partido Obrero Alemán
exige como base económica del Estado: un impuesto único y progresivo
sobre la renta’, etc. Los impuestos son la base económica de la máquina de
gobierno y nada más. En el Estado del futuro, existente ya en Suiza, esta
reivindicación está casi realizada. El impuesto sobre la renta presupone las
diferentes fuentes de ingresos de las diferentes clases sociales, es decir, la
sociedad capitalista.”
“En
el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los
medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo
invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de
estos productos, como una cualidad material, inherente a ellos, pues aquí, por
oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales
no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino
directamente. La expresión ‘el fruto del trabajo’, ya hoy recusable por su
ambigüedad, pierde así todo sentido.
De
lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha
desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente
de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus
aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la
vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el productor
individual obtiene de la sociedad -después de hechas las obligadas deducciones-
exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su
cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se
compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de
trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de
trabajo que él aporta, su participación en ella. La sociedad le entrega un bono
consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar
lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos
sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que
rindió. La misma cuota de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la
recibe de esta bajo otra distinta.
Aquí
reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de
mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes. Han variado la
forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino
su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad
del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se
refiere a la distribución de estos entre los distintos productores, rige el
mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una
cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo
otra forma distinta.”
“Por
eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho
burgués, (…) El derecho de los productores es proporcional al
trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo
rasero: por el trabajo. (…) Este derecho igual es un
derecho desigual para trabajo desigual. (…) En el fondo es, por tanto, como
todo derecho, el derecho de la desigualdad.”
“Prosigamos:
unos obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc.,
etc. A igual rendimiento y, por consiguiente, a igual participación en el fondo
social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que
otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que
ser igual, sino desigual.
Pero
estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal
y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso
alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica
ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado.
En
una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la
subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con
ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el
trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital;
cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan
también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la
riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho
horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De
cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!”