Jorge
Bergoglio, Monarca del Estado Vaticano, era Superior de los Jesuitas durante la
atroz dictadura de Videla en Argentina. Conoció de cerca toda la barbarie del
régimen que desapareció a decenas de miles, pero jamás se enfrentó en favor de
las víctimas, ni tan siquiera por algunos de sus propios curas jesuitas
secuestrados durante meses, al contrario, son hechos en que se le sindica
complicidad. Todo el aparato de la Iglesia Católica fue cómplice de la tiranía
militar, especialmente en el ocultamiento de los miles de bebés robados a sus
padres asesinados. Bergoglio llegó a facilitar que la Universidad del Salvador
nombrara “Doctor Honoris Causa” al Almirante Massera, luego condenado a cadena
perpetua por ejecuciones y torturas. Como Cardenal se opuso a la anulación de
las leyes de amnistía para genocidas y llamó a la “reconciliación nacional” con
ellos. Por supuesto se oponía también a la educación sexual, la salud
reproductiva y el matrimonio igualitario, pero eso sí, nunca olvidaba mencionar
la pobreza, recorrer las villas miserables y lamentar su realidad, en el
tradicional estilo de la escandalosa hipocresía religiosa.
La Iglesia Católica es largamente
una de las mega-corporaciones más opulentas del planeta. Se le ha calculado una
riqueza capaz de acabar con la pobreza en el mundo, no solo una, sino hasta dos
veces. Por su control psicológico de masas posee un poder político que respalda
plutocracias, seudo-democracias, autocracias y exterminios bélicos en los cinco
continentes. Algunos edificios y unos cuantos parques constituyen su Estado de
Monarquía Absoluta habitado por 800 personas. Un holocausto de maltratos, torturas,
violaciones y genocidio constituyen la historia de una Iglesia que lleva casi
2000 años devastando a la humanidad, desde Roma, bajo pretexto del delirio
religioso.