febrero 24, 2017

Contribución a un balance del Morenismo

El morenismo es una de las principales corrientes centristas tradicionales que se reivindican trotskistas. Aparecida durante los años ‘50, se sumó a la creación oportunista del llamado Secretariado Unificado de la IV Internacional en 1963. Este es un texto acerca del morenismo en los años ’80.


Los años ‘80 y la creación del MAS argentino

Durante los años ‘80 Moreno y el morenismo insistieron en caracterizar la situación en Argentina como revolucionaria, pero sin embargo su política nunca fue coherente con esta caracterización.

Entre 1982 y 1983 se vivía un período de ascenso de masas que hacía evidente el declive del régimen militar. Cercado por las movilizaciones, el régimen abre la posibilidad de legalización de los partidos políticos. En ese contexto, el PST – LIT, que proclamaba “la revolución socialista está en marcha”, termina definiendo que la participación en las elecciones convocadas es su objetivo principal y tal como el resto de los partidos del movimiento obrero hizo de las elecciones el eje de toda su política. 

Para poner en práctica esa línea electoralista el PST se disuelve en una nueva organización. Una organización no trotskista, sólo “socialista”, con un carácter de frente de todos aquellos que se reivindicaban así. De esta forma nació el Movimiento al Socialismo (MAS). Desde años atrás, el PST llamaba a todos los “socialistas” a unirse en un solo partido y hasta Felipe Gonzáles fue invocado como posible coadyuvante de ese proceso. De hecho el MAS comenzó a publicar su semanario “Solidaridad Socialista” (con el mismo logo que el movimiento “Solidaridad” de Walesa) buscando convencer a figuras socialdemócratas para sumarse a la unidad de los “socialistas”. 

El Primero de Mayo de 1983 el MAS publica su manifiesto programático. El manifiesto se llamaba “Conquistemos nuestra Segunda Independencia” y hablaba de “...una nueva gesta independentista. Igual que la primera, la de San Martín, Bolívar y Artigas...”, y de “un frente internacional de deudores” para “suspender el pago de la deuda externa”. En cambio, no planteaba la expropiación de la burguesía, ni la destrucción del Estado burgués para reemplazarlo por la dictadura del proletariado. Según su propia definición, el MAS resulta heredero de los fundadores de los estados oligárquicos criollos, pero no de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Coincide con los reformistas en reclamar un estado burgués “independiente” del imperialismo. Se suma a la campaña impulsada por Castro, que no llama a desconocer la deuda externa sino a exigir su suspensión temporal.

Esas eran las consignas que el MAS levantaba para una “Argentina Socialista” y no las demandas transicionales anticapitalistas. Un socialismo al que no se avanzaría luchando por el programa revolucionario del trotskismo, sino por demandas como “la inmediata convocatoria al Congreso de 1976, que elija a un gobierno provisional y llame a elecciones sin proscripciones o estado de sitio”. Así el MAS termina siendo un gran defensor de los parlamentarios del que había sido el gobierno reaccionario y masacrador de Isabel Martínez de Perón. En el plano internacional se convierte en ferviente partidario de la política del FMLN, de los ayatolas iraníes y promotor de la fusión de los estados estalinistas ruso y chino.

En octubre de 1983 es elegido Alfonsín, un representante genuino de la burguesía argentina que busca estabilizar el país en beneficio del conjunto de su clase. En esas elecciones el MAS y su política electorera cosechan un descomunal fracaso. A pesar de ello, su caracterización de la situación política no refleja la realidad. Sin poder dual en ciernes, sin que el morenismo dirija a sectores de las masas y con semejante orfandad electoral, el MAS y la LIT no dudarán en calificar al nuevo gobierno de “kerenskista”, asimilándolo a las circunstancias revolucionarias vividas durante 1917 en Rusia.


Una visión ultraizquierdista de la situación mundial, pero una política oportunista

El fracaso electoral del MAS también se extendió a su condición orgánica, pues las dimensiones del partido no se diferenciaban mayormente de las del primigenio PST. Siendo así, recuperar la identidad “trotskista” fue sencillo, no constituyó un problema, pero la política llevada adelante continuó sin serlo. En las nuevas elecciones de 1985, el MAS no presentó sus propias candidaturas, sino que formó con el PC estalinista y con burócratas y dirigentes peronistas, el “Frente del Pueblo, del peronismo de los trabajadores con la izquierda”, el FREPU. El programa de este Frente sólo planteaba realizar reformas al Estado, como nacionalizaciones sin expropiación, una reforma agraria mediatizada y una moratoria de la deuda externa durante algunos pocos años. Uno de sus lemas era “Democracia con Justicia Social”. Es decir, un programa típico del nacionalismo burgués y del reformismo, para una alianza encabezada por candidatos peronistas.

En 1987, cuando el gobierno de Alfonsín se vio amenazado por el golpismo, recurrió al apoyo de todos los partidos burgueses y pro-burgueses, mediante la firma de “actas democráticas”. En estas actas se defendía al estado burgués y eran una reedición de los acuerdos firmados en 1974 por Perón y la oposición, incluyendo al PST. El MAS firmó algunas de estas actas a nivel provincial, pero finalmente no el Acta nacional. De esta forma el frente con el reformismo y el nacionalismo se deshizo, pero sólo para volver un año más tarde con el nombre de Izquierda Unida.

Mientras tanto, una reunión del Comité Ejecutivo Internacional de la LIT, en abril de 1988, se reafirmaba en que “Argentina era el eje central de la revolución mundial”. Este era, obviamente, un diagnóstico sobredimensionado y nacional-trotskista. Ni en Argentina, ni en gran parte de América Latina, los ascensos de masas de finales de los años 80 tuvieron la envergadura de los de la década anterior, o de los que ocurrían en otros lugares del mundo. El exitismo, el análisis ultra-optimista, ha sido uno de los rasgos del morenismo desde aquella época, simultáneamente al oportunismo electorero. La fraseología ultra-revolucionaria cubría así su política oportunista.

Para Moreno y la LIT el planeta vivía durante los años 1980 una situación revolucionaria y mientras tanto su corriente aplicaba una política oportunista. Pero esa caracterización de la situación se extendía más allá de sólo lo relativo a la década. El morenismo defendía que desde 1943 se experimentaba una “colosal revolución socialista a escala mundial”, con “grandes triunfos revolucionarios”. Esa era la evaluación que el morenismo hacía de las décadas de creación de los estados estalinistas, de los gobiernos nacionalistas burgueses reaccionarios y de los brutales aplastamientos de los ascensos de masas por el imperialismo y las burguesías semicoloniales. Moreno llega a afirmar que la situación durante los 80 es “una situación revolucionaria más grande que la de 1915”.


La Izquierda Unida con el estalinismo argentino   

A pesar de todas esas teorizaciones que deberían haber implicado una política obrera revolucionaria, el 3er. Congreso del MAS sostiene sin embargo, en junio de 1988, que una curiosa “revolución anticapitalista y democrática” se estaría produciendo en Argentina. Por lo tanto, en octubre, el MAS vuelve a levantar otro frente político con el PC: Izquierda Unida. El programa de IU no habla de gobierno obrero, de consejos obreros, ni de socialismo. Tampoco de expropiación sin pago, control obrero, ni siquiera de escala móvil de salarios; pero sí de “política exterior independiente” y de “segunda independencia latinoamericana”, y a pesar de ello la LIT lo califica de “programa obrero, antiimperialista y anticapitalista”. El candidato presidencial de IU era Néstor Vicente, un izquierdista burgués con larga trayectoria en tales partidos, que hizo su campaña en base a sostener reiteradamente que había que afirmar y democratizar el Estado burgués. Cuando en enero de 1989 un grupo de foquistas asaltó el cuartel militar de La Tablada y fueron aniquilados, Vicente no cejó de equiparar y denunciar por igual a ambos bandos, a los militares y a los guerrilleros.

Izquierda Unida no fue empero un caso argentino aislado. Estas alianzas frentepopulistas se constituyeron también en otros países sudamericanos, siempre con el objetivo de “profundizar la democracia”. En el Perú, donde tuvo gran importancia (el propio mandelismo se disolvió en ella), IU sostuvo al Estado burgués en crisis, saboteó la formación de organismos de poder proletario y apoyó la represión militar contra las guerrillas maoísta y guevarista. El PST peruano llamaba a luchar por un gobierno de Izquierda Unida y a integrar sus listas de candidatos, y también en Bolivia el morenismo llamó a votar por esa misma opción. El PST, que había ignorado la situación revolucionaria vivida en el Perú entre 1977 y 1980, descubrió más tarde que la situación revolucionaria de fines de los años 1970 aún no concluía hasta inicios de los años 1990 (!), y en Colombia hicieron un diagnóstico semejante. 

En mayo de 1989, el peronista de derecha Menem obtiene una aplastante victoria electoral. A fin de mes ocurre en Rosario un desborde de masas empobrecidas, que saquean, destruyen comercios y se enfrentan a la represión. El espontaneísmo de la LIT califica esto de “insurrección popular victoriosa”, y determina que en Argentina, “la revolución socialista ha empezado”. Otra vez la LIT inventa un “Kerenski”, que en esta oportunidad sería Menem. Para la LIT, la toma del poder por el MAS era inminente, pero sin embargo en la situación argentina ni siquiera se generaban soviets.... 

Ese mismo año, la Conferencia Mundial de la LIT aprueba el documento “La Situación Mundial”, en el que afirma que “el ascenso revolucionario mundial es tan poderoso, que el frente contrarrevolucionario mundial está fracasando. Ya está en crisis económica, política y militar.” Esto se escribía nada menos que luego de una década de derrotas, como la de la revolución política en Polonia, la de los mineros británicos en 1985 o la consolidación de la política imperialista en Centroamérica. En la misma línea de abierta contradicción entre análisis y práctica, ya a inicios de la década el morenismo se había revelado como el campeón del apoyo a la dirección reaccionaria de Solidaridad en Polonia. La consigna agitada fue “Todo el poder a Solidaridad”. En su búsqueda oportunista de sustitutos al partido revolucionario trotskista, la LIT cortejó especialmente a un ala restauracionista como “Solidaridad Combatiente”, y calificó de “trotskizante” al pro-burgués Partido Socialista Polaco por la Revolución Democrática (PSP-RD), que reivindicaba al viejo PSP socialdemócrata. 

Todo su análisis ultraizquierdista no impediría a la LIT, sin embargo, militar a favor de la reunificación burguesa de Alemania. Al mismo tiempo, en 1990, el Comité Ejecutivo Internacional de la LIT sostenía que en la URSS y Europa del Este, los trabajadores “pronto van a estar en capacidad de imponer su poder” y su Congreso Mundial de mayo proclamaba “la hora del trotskismo ha llegado”. Al año siguiente (agosto 1991) la dirección morenista considera al movimiento reaccionario de Yeltsin “un gran triunfo revolucionario”; el mismo Yeltsin que dirige la restauración del capitalismo y que meses más tarde, en el Año Nuevo de 1992, lanzaría un aplastante “shock” económico contra las masas. Toda su ilimitada confianza en el proceso objetivo de las masas, su espontanéismo y su visión ultra-exitista de los acontecimientos, sólo llevaron a la LIT a capitular ante cualquier dirección ajena a los objetivos de la revolución política antiburocrática y a los objetivos revolucionarios del proletariado internacional.    


La teoría del “Frente Único Revolucionario” como sustituto del partido revolucionario

La concepción que arrastraba Nahuel Moreno a lo largo de su trayectoria, según la cuál la revolución proletaria requiere de la creación de un gran partido centrista legalizado, finalmente cristaliza en la teoría del FUR. Por propia definición el morenismo entiende el FUR como “una etapa transitoria hacia el partido revolucionario de masas”. Una etapa de “acuerdos organizativos-programáticos” para la construcción de partidos revolucionarios de masas que “puede que no sean trotskistas o donde los trotskistas no tengan la mayoría”, pero que “van a ser organizaciones semi-trotskistas que pueden evolucionar hacia el trotskismo”. En resumen, el morenismo plantea la liquidación estratégica - programática y orgánica - de los trotskistas en un partido consensuado con el centrismo y el reformismo radical. El FUR no es una táctica de frente único de clase donde los revolucionarios mantienen su independencia programática y orgánica, ni es tampoco un partido con un programa revolucionario. Es una particular estrategia de capitulación que ya en los años 1960 y 1970 el morenismo había practicado con su orientación hacia el castrismo, hacia el nacionalismo pequeñoburgues y hacia diversos reformismos. La adaptación oportunista a fuerzas ajenas a la revolución proletaria fue siempre una característica morenista.

Algunos casos latinoamericanos fueron ilustrativos del “frente único revolucionario”. En Colombia, la tendencia sindical “A Luchar”, dirigida por el castrismo, fue calificada por Moreno como el “frente sindical revolucionario más acabado y estructurado”. El Congreso Mundial de la LIT, en 1985, determinó que el PST colombiano debía dejar de publicar su prensa y cerrar su local central, con el fin de transformar “A Luchar” en partido revolucionario. Sin embargo las organizaciones guerrilleristas que dirigían esta corriente sindical no lo permitieron, a pesar de todas las ilusiones que la LIT había sembrado en ellas. En México, el morenismo se fusiona con una organización a la que califica de “centrista de izquierda”, para organizar el Partido Obrero Socialista – Zapatista (POS – Z). Nada sorprendente este nuevo zapatismo si en el pasado el morenismo fue peronista en Argentina y sandinista en Nicaragua. 

En Argentina, por los mismos años 1980, Moreno sostenía que las listas sindicales en que participaban el MAS, con militantes del PC, del peronismo y de otro partido burgués como el Intransigente, eran el embrión hacia un partido revolucionario de masas. En Bolivia consideraron FUR a la dirección de la confederación campesina CSUTCB. Cuando esta cúpula sindical proyectó organizar un “partido indio”, el morenismo la apoyó e incluso editó su órgano “Pututu”, pero ya entre 1978 y 1980 el morenismo había sido sucesivamente entusiasta de las organizaciones estalinista, socialdemócrata y nacionalista de Motete Zamora, Marcelo Quiroga y Lechín Oquendo. En 1983 todavía reivindicaba el programa reformista de Quiroga y más adelante llamó a crear un partido de quienes estuvieran “por un gobierno de la COB”, es decir de la burocracia reformista.      

La teoría del FUR llegó como una condensación de la trayectoria oportunista del morenismo. Esta empezó con su militancia de los años 1950 “bajo la disciplina del General Perón” (como proclamaba su periódico Palabra Obrera), compromiso justificado por su caracterización del peronismo como “frente único anti-yanki”; continuó con su afiliación al Secretariado Unificado pablista y sus veleidades pro-maoístas y pro-foquistas de los años 1960; prosiguió en los 1970 con la negativa a caracterizar como frentes populares a la Unidad Popular chilena o al Frente Amplio uruguayo, a fin de insertarse en ellos; y llegó a los 1980 con la cadena de oportunismos ya descritos en este documento. 

Sin embargo, éstas no serán todas las capitulaciones lideradas por Moreno. En sus últimos años, mientras Moreno identificaba “direcciones independientes” con las que había que unificarse, descubría también “naciones independientes” – como Libia o Nicaragua – que jugaban un rol progresivo particular por su enfrentamiento con el imperialismo. Es decir que ciertas burguesías, a fin de cuentas, podían reemplazar al proletariado en su misión revolucionaria histórica. Y más aún, los revolucionarios no debían detenerse ni siquiera ante la posibilidad de practicar un bloque militar con un bando imperialista: Moreno había llegado a la conclusión de que los trotskistas tenían que haber luchado codo a codo con los imperialismos “democráticos” durante la Segunda Guerra Mundial. Nuevas teorías revisionistas venían así a reconfirmar la pulverización de la política de independencia de clase y de la política de construcción del partido obrero revolucionario por el oportunismo morenista.           



Sergio Bravo M.
Junio 4, 2007


Fuente: José Villa y Emile Gallet, “La desintegración del Morenismo”, 1993.